Jay Jay Johanson

¿A qué Jay-Jay Johanson prefiere usted? ¿Al Jay-Jay crooner, tejedor de melancolías electrónicas? ¿O bien al Jay-Jay electroclash, pirómano de las pistas de baile? Algunos puristas tacharon al Jay-Jay crooner de su lista de músicos importantes por culpa del Jay-Jay electroclash. Lo consideraban un producto para discotecas. Todos los que después vieron a Jay-Jay Johanson en concierto lo readmitieron. Y es que se trata de un cantautor de los de verdad, de los que convencen en el mano a mano con el público.

Jay-Jay Johanson aprendió a tocar múltiples instrumentos en el conservatorio, pero pronto descubrió que la electrónica era su medio preferido para transmitir sentimientos. Con ella y su voz de cantante romántico de los 50 se presentó al mundo haciendo lo que había que hacer con el trip hop de Portishead y compañía: acercarlo al pop. Fue en el 96 con el álbum Whiskey. Ahí se encuentran ya sus marcas de estilo. Scratches y orquestaciones como decorado de unas historias melancólicas, sí, pero que no invitan al suicidio masivo. Contadas y cantadas por una voz elegante.

El Sinatra del trip hop, lo llamaron. Sobre todo después de escuchar su segundo trabajo: Tattoo, mejor aún que el debut. Tras Posion, un continuista tercer LP, llega el cambio. El rubio delgado y con cara de yerno perfecto se deja el pelo largo, se lo rapa de los costados, se lo pinta de naranja y se pasa al electroclash. Su disco quemapistas se llama Antenna y es de 2002. El siguiente álbum, Rush, fue su experimento disco-funky.

Y en 2007 volvió el Jay-Jay Johanson crooner, otra vez aspecto frágil, otra vez intimismo ultrasensorial. The Long Term Physical Effects Are Not Yet Known huele a bossanova, huele a jazz. Ahora, el músico de las dos caras viene a presentarnos su autoretrato: Self Portrait. Como para perdérselo.

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